A menudo pensamos que necesitamos movernos mucho para relajar el cuerpo. Pero basta con sentarse —en una silla, un banco o el borde de la cama— y mantener la espalda recta. No con fuerza, sino con suavidad. Y no hacer nada.
Manos sobre las rodillas. Hombros relajados. Respirar con naturalidad. En el primer minuto, sentirás un ligero deseo de moverte. No reacciones. En el segundo minuto, una exhalación más profunda. En el tercero, el cuerpo ya no se aferra, simplemente existe.
Es en esta pausa que se activan los procesos de recuperación. Y aunque por fuera parezca “nada”, por dentro hay una acción profunda.
Repite esto todos los días. Y tu cuerpo dejará de aferrarse donde antes ni siquiera lo pedía.
Tres minutos de silencio con la espalda recta: postura sin esfuerzo
